Se rinde culto al fuego sagrado, hasta el punto que los sacerdotes persas debían evitar que su aliento contaminase la llama.
En la India, el brahmán cuida del hogar y alimenta la llama con la leña de árboles escogidos especialmente para este servicio. El fuego (Agni) es una divinidad. Se le rinde culto y se invoca su protección y su ayuda: «¡Oh, Agni, tú eres la vida, tú eres el protector del hombre! Que goce largo tiempo de la luz y que llegue a la vejez como el sol al ocaso».
En Grecia, Prometeo es encadenado a una roca por el delito de haber hurtado el fuego de Zeus para sí y para los hombres.
«Oh divino éter y alígeras auras y fuentes de los ríos, y perpetua risa de las marinas ondas, –clama Prometeo en la Tragedia de Esquilo– y tierra, madre común, y tú, ojo del Sol omnividente: ¡yo os invoco!... Tomé en hueca caña la furtiva chispa, madre del fuego; lució, maestra de toda industria, comodidad grande para los hombres; y de esta suerte pago la pena de mis delitos, puesto al raso y en prisiones».
En Grecia y en Roma, el fuego se identifica con el hogar. «En las casas de los griegos y romanos –dice Fustel de Coulange– había un altar en el cual tenían siempre un poco de ceniza y unos carbones encendidos. Era obligación sagrada para el jefe de la casa conservara el fuego día y noche... El fuego no cesaba de brillar en el altar sino cuando la familia había perecido totalmente: hogar extinto y familia extinguida eran expresiones sinónimas entre los antiguos».
Aquello que empezó como un descubrimiento, que se erigió luego como una divinidad y mantuvo su jerarquía, aun cuando fue utilizado ya en diversos menesteres, se extendió por el mundo y allí donde hubo un hombre habrá siempre el fuego.
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